Mary Kate y Ashley Olsen, permiten que sus seguidores, se aflijan y desanimen al no revelar una facilidad maravillosamente reflexiva que infringe en el ecosistema urbano. Sorpresivamente, bajan esos humos de frustración, al inaugurar su primera boutique en el corazón de Francia, París.
En su encomienda por constituirse como una prodigiosa marca, han logrado volverse millonarias y reconocidas por sus exquisitos instintos y aspiraciones, al lucrar con una experimentación atemporal que se arropa en una improvisada naturalidad que ofrece The Row – un arte que necesita una categoría extra de analizar.
Como en su anterior desfile presencial, limitaron grabaciones inmediatas y el uso del teléfono durante el show. Tuvimos que esperar aproximadamente 5 días, para apreciar una lujosa, casual austeridad tan opaca que, en cierto modo, delata su alineación masculina. Las imágenes, percataron una borrosidad diáfana y fraudulenta, que únicamente piensas: ¿qué clase de uniformidad heterosexual deprimente quieren invocar? Su despreocupada indiferencia es exquisita, sincera y callejera.
En la andada ‘90s, su límpida y decadente impecabilidad, consterna una objetividad que mantiene un rigor en un guardarropa que promete el lujo, a través de un confort amante de la masculinidad aguada y floja, que cubre todos los ángulos de necesidad y ocasión. The Row ha proporcionado connotaciones andróginas, al desarrollar una retro-amena jovialidad lineada a una precisión en una fabricación estropeada, pero con una onda fastuosa. Resbalando en la sutileza clásica de las ballerinas negras, en la afabilidad de una camiseta de manga larga, un poncho transformado en la vestimenta de un skater y pantalones utilitarios holgados, su actitud casual es un imán para la holgazanería material que tanto adora la generación Z.
La modernista simplicidad de sus cortes y rigidez experimental, es un analgésico al outwear urbano. El ‘quiet luxury‘ ha sido extremadamente influenciable en el modo de percibir tal fenómeno, que no cualquier adulador consigue un anonimato progreso, que fortuitamente, amarías usar. Su capa-top negra sin mangas, innovadora por su airosidad tan flamante como la cruda experimental flacidez de sus abrigos y la juguetona aspereza de camisetas de organza de color marrón o gris oscuro, aquel vestido áspero de la misma tonalidad con un cuello cuadrado y la vaga discreta confección de sus abrigos y pantalones abullonados de gazar, demuestra que la imperfección es inestablemente armoniosa.
Esa tranquila deficiencia algo conceptual de analizar, tiene el mismo espíritu vivaz y animado que sus primeros looks, al regalarnos un simple vestido negro largo con un escote perpendicular, aquel con una franja o tela griega colocada en su hombro derecho, la túnica midi negra y el ajuste focal de la cintura en sus faldas, un destello estricto que lucía un flow bandido, que irradia un vaporoso desorden refinado sublime como su desabrida decoloración.
Magnífica primeriza lucidez.
Resto de los looks:
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