Siento que el frío confunde o ¿realmente trata de encajar con el rimbombante otoño con decisiones súbitamente inadecuadas? Cuando las temperaturas descienden, ¿no sé si la divina regente naturaleza obliga al ser humano a utilizar camisas de franela o sencillamente el grunge, acurruca con un cálido afecto?, pese a su crudeza fortachona de leñador, es una chiflada obsesión en las maisons de luxe.  

Esa asperosidad ha recibido una redefinición y una conceptualización refinada, dejando a un lado su caótico ethos y airosidad vagabunda, su rasposidad punk, continuará fluyendo esta temporada, siendo una apropiada prenda por invertir y adorada por la generación Z, transformándola en algo deseable.

Su lúgubre humedad, favorece una combinación desmedida, pero sutilmente adecuada. La vibra que impone es despreocupada y confiada. Su agresividad es controlada por una feminidad capaz de discernir una blandez armoniosa en este tipo de camisetas. Esa melancólica cursilería arropada por vestidos baby doll y florales sujetados a combat boots, era una táctil impresión románticamente hippie. 

Esa indisciplina se ha ido sosegando, humildemente. Puede que sus descaradas connotaciones skate, arruinen el primoroso halo, aunque más bien, se trata de usarla en cualquier situación y lugar. Sus cameos han sido vorazmente utilizados en la festive-indie -skinny-poet girl de Anthony Vacarello, la exquisita y afable modernización de Blazy y en la oficinera canícula insertada por Mary Kate y Ashley Olsen. La franela a cuadros, es frenéticamente maravillosa al usarla con pantalones slim negros o por debajo de una chaqueta bomber de piel – su imagén prevalece en lo apropiado y útil. Amarrada a la cintura, posicionada como un chal, usada como blusa o incluso, arrebata del closet de tu novio, todo se vale.  

Sinceramente, el encanto de las franelas es más embelesador cuando un frente frío nos azota, purificadas al ser estilizadas con un glamour maleable. Transiciones estacionales, avivan los básicos rockeros, orgánicamente puros.