¿Es meramente posible que exista una digna secuela de American Psycho o que American Gigolo sea una fantasia moldeada por una femme fatale adorada secretamente por yuppies neoyorkinos? Excitante, provocativa y tan espiritualmente andrógina fue la ardorosa, obscena revelación de una mujer que atrevidamente, ha aplastado las normativas de etiqueta y vestimenta, transformando un presente adormecedor que espejea una revolución femenina brutalmente descarada y atrevida; al erotizar la fragilidad masculina en una colección fuerte y magnífica, tan Saint Laurent.
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Históricamente, la maison se ha encaminado en una línea escapista que se impregnar en un glamour seductivo, que fantasee con derrumbar una emancipación cultural, navegando en impulsos corporales, dignos de portar. Esa rebelde y palpable confidencia, atribuye a modernizar y aclarar sus concisas posturas morales. Anthony Vaccarello decidió presentarse en la Rue de Bellechasse, bajo la impredecible llovizna, emparejo un show abierto que cubría su esplendor en una techada construcción oval dorada. Mientras que la pasarela fue pintada de un tono de azul cobalto, que brillaba cuando la luz incidía en cierta dirección. Pese a todo, las modelos caminaban firmes y resistieron con gracia, el resbaladizo concreto.
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Ese refinado y juguetón masoquismo hervido en un embalsamamiento material, que humedece la mente con su secretismo corporativo, es un conjuro que llama a Monsieur Yves Saint Laurent, como fuente eterna de inspiración contemporánea. Su estilo personal, derivó a crear una obra profundamente espléndida y maciza. Esa impecabilidad del tailoring, fue gloriosa, al admirar una suavidad tan refinada, corrompida por un estandarte que venera la libertad, transmitida en una viveza casi indescriptible, cegante por la blanda persuasión de aquellos elegantes y hermosos double–breasted jackets, juntados a pantalones extremadamente anchos, cortados con una precisión engañosa y magistral – una tenacidad incorporada con éxito en peinados tan varoniles.
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No se percibió alguna holgazanería o estafa, aunque proporciona confort y balance inmediato a las necesidades de la mujer insatisfecha por la vida moderna. En el inicio, no podías distinguir si eran hombres galantes y poderosos, sedientos por dominar su intemperie excitadamente azotada, ya que al presentar los suits, estaban realmente acompañados por camisas y frías corbatas. Habitualmente, irían sin ropa, oficiando su potencial sexual, pero Vaccarello impuso un estricto control y autoridad, sin estimular lujuria, sino, respeto.
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Esa necesaria seriedad encara dos estéticas que socorren y encarcelan a la humanidad. Esa apacibilidad rebelde, grita el ideal de usar lo que se nos dé la gana. Satisface la podredumbre de un debilitado outwear, fortaleciéndolo de manera primaveral, al tirar por encima bombers pilot jackets, bajo el relieve de pleated billowing long skirts, brillantes zapatos y joyería tan pesada que adornaba cada muñeca. Esa formalidad bohemia, arropaba la idea que complace la noción de otorgar looks completos y con lógica que adorne una simplicidad reinante – se sienten con vida y precisa euforia.
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La reductiva sencillez es diáfana con la ruidosa decadencia de los 70s con las exageradas hombreras y la fealdad vejestoria de sus estampados florales en aquellas encogidas chaquetas, sucumbidas a convertir a una era gloriosa, en una normativa atemporal. Las blusas con aparentes cuellos isabelinos, que al combinarse con un estrechas mini faldas, sintonizaba un disfraz carnavalesco que impone atención con ese loco frenesí tan pigmentado por la demencia del tinte. Es una diversión coherente que nivela la dormilona fluidez y alternaba en la cargada con bisutería y collares hippies, que daban una merecida honra y tintineo a Loulou de la Falaise, unas de las colaboradoras y amigas de Yves. La chic y tranquila gentileza de sus allegadas, fue otro punto clave de Anthony para diseñar un adinerado fanfarroneo.
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Sería inaudito y atrevido de mi parte, pero creo que Anthony Vacarello es un adecuado sinónimo, que describe el impacto cultural y la singularidad que parece huir de los ateliers parisinos. En Saint Laurent, es un motor que difícilmente pueda ser reemplazado debido a su fiable y convincente intuición, misma que entiende su labor.
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