Literalmente, quedé atontado y mareado, cuando las modelos empezaron a correr y jadear desesperadamente contra luces estroboscópicas y una oscuridad que les impedía proseguir hacia el infinito (el otro lado del escenario) con sus descomunales lívidas crinolinas de estilo Tudor y enmarañados cabellos de Isabel I, que confusamente, las protegían de tropezar a toda costa de sus plumosos sombreros de cazador. El debut de Alessandro Michele en la línea de alta costura de Valentino fue exorbitante y provocativo, arrastrado por una imaginación febril alborotadora que ha transformado intrincadas piezas fabulosamente epilépticas.
Su psicótico torbellino lleno de obsesiones infantiles e investigaciones, es una extremada fantasía por la bendita historia, centrarse de referencias literarias y artísticas que transportaban por un carnaval de Venecia, un baile en la corte de Enrique VII, en la mismísima boda de Marie Antoinette en Versalles o en una fiesta burguesa victoriana, con una extremista e insólita belleza folclórica que realzaba su amorío con los excesos aristocráticas y poéticos de la Europa medieval, renacentista, barroca, industrial e incluso, el viejo Hollywood. Era una ventana que lanzaba a una profunda visión literaria que te seducía por aura en forma de una incontenible masquerade que bautizó como “Vertgineaux”. Cada look que atravesaba el electrónico fondo teatral en el que corrían letras rojas digitales proyectadas, describen la inspiradora meticulosidad fulgurosa que poseían.
Este rompimiento y unión de eras, tal hermoso cataclismo que te arrastraba hacia el romanticismo de Orlando, aquel clásico de Virginia Woolf, que sutilmente disfrutaría del esoterismo y bufarse del idealismo religioso con aquella túnica de muaré escarlata del Papa o el vestido de arlequín que abrió el espacio-tiempo. Creo que el favorecedor tecnicismo oculto fue insertar o moldear primorosos e idílicas creaciones del presente que notoriamente se reflejan en el centelleante delirio frenético de sus aparatosas faldas con una infinidad de pliegues hechos de tulle con un bailarín meneo de flamenco y adornadas con pedrería, volantes frágiles y complicados y estampados florales de estilo chintz, tapetes gregorianos y esponjosos moños. Tanto conservadurismo savoir-faire era ocultado con sus máscaras de luchador.
Aquel épico libertinaje suntuoso continúa con la animosa capa de papel mache, sus chaquetas de flautista y guitarrista, en sus ‘lechuguilla’ de acordeón sacados de una pintura de Diego Velázquez — estas ‘Meninas’ que histéricamente son bonitas y demenciales constelaciones, por usar un surrealismo volátil cinematográfico y botánico, que vive en la extraordinaria mente de Alessandro. El Doctor Who de la moda.
Resto de looks:










































What do you think?
Show comments / Leave a comment