Solo quiero informar que el nuevo video musical de Lady Gaga “Disease” , su sencillo principal de su ansiado venidero séptimo álbum “LG7”, que efectivamente devoró, ayunó, sirvió, la rompió y destruyó con una majestuosa fantasía tétrica, dignamente canalizo y retorcido, capaz de realizar una hazaña, ella sola, sin la necesidad de más extras a su alrededor. Una salvaje metamorfosis que cura su presión por innovar.
¡Eres madre! Aquel pop grotesco que evocaba su era Monster, aniquiló la esquizofrenia de Harley Quinn, por una añorada extravagancia que salvará el 2024. Esa oscuridad, era casi irreconocible al darnos a una Gaga enmascarada y dañada por cierres hostigadores, arropada en látex, cuero y un vestido de tafetán negro, maniobrado por Charles de Vilmorin, ensangrentada por la pulcritud de aquel vecindario, mientras que enfrenta a su abrupto y noble doppelgänger, quien la sorprende desparramanda en su carro.
“Pienso mucho en la relación que tengo con mis propios demonios internos. Nunca me ha resultado fácil enfrentar cómo me seduce el caos y la confusión”, es así como nos revela esa fúnebre hostilidad que tanto la atormenta e inspira. “Disease trata sobre enfrentar ese miedo, enfrentarme a mí misma y a mi oscuridad interior, y darme cuenta de que a veces no puedo ganar o escapar de las partes de mí que me asustan”. Su delirante inventiva ofrece esa refutativa y disparatada energía, luchando con diferentes versiones de ella, en una batalla súbitamente lunática, torturadas y eróticamente histéricas.
Además, tal obra de arte pop, era un festín para los impetuosos amantes de la excentricidad y desenfreno fashionista. Las criaturas malvadas acechaban con su congruente paranoia, mistificada en una llamativa pelea que se alentaba por su diabólico vestuario creado por las hileras infernales de Peri Rosenzweig y Nick Royal. Ese siniestro vanguardismo, poseído por la lírica dulce e inocente de su alma.
La exorcización de Gaga parece aniquilar su bondad, al rodar y toser una especie de alquitrán negro, mientras que la otra, se convulsiona. Asimismo, las dos aparatosamente empalidecidas, se sujetan antes de convalecerse y sucumbir al mal. “Bailando, transformándome, corriendo, purgando. Una y otra vez, de regreso conmigo misma. Esta integración es, en última instancia, hermosa para mí porque es mía y he aprendido a manejarla. Soy la directora de mi propia sinfonía. Soy cada actor en las obras que son mi arte y mi vida. “No importa lo aterradora que sea la pregunta, las respuestas están dentro de mí”.
Esa teatralidad decrépita, nuevamente, jugó con nuestras adormecidas mentes en una ilusión románticamente desquiciada tantas veces de dar a luz y renacer. Efectiva automedicación psicológica.
Icónico.
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