Una niebla cubría los encantadores jardines de la Villa Albani Torlonia, ubicada en la majestuosa Roma, lugar de origen de Maria Grazia Chiuri. Este espectáculo mágico y un tanto surrealista, fue una hermosa puesta en escena que evidenció un retorno a sus orígenes en Dior.
La vibra del recinto nos transportó hacia un viaje apreciativo al usual y frágil simbolismo histórico grecorromano y los matices culturales que remarcan sus colecciones. Aunque deliberadamente, estaba cargada de un trasfondo interpersonal. Un énfasis amoroso que tituló “una hermosa confusión”, se plasmaba entre telas fantasmales y bordados diáfanos que cubrían sus vestidos de antaño — una encrucijada por el tiempo.




Pese al embrolloso lío, retomar el apasionado glamour que ha propiciado la ciudad eterna a lo largo de los siglos, decidió utilizar tal legado como una emotiva ¿despedida? Absurdamente, podríamos interpretar el suntuoso y angelical minimalismo que emanaban sus largos vestidos transparentes decorados con finos bordados y enredadas, como el último canto del cisne.
Entre los preciosos bailarines arropados por el vestuario hecho por Tirelli, se interpretó un divino ballet contemporáneo de la Commedia dell’Arte y se lanzó un solemne film que realizó con el director Matteo Garrone, usando el romanticismo bellamente confeccionado con volantes, flecos de seda, riachuelos de peplo rizado, abrazaron las incesantes especulaciones sobre que si está presentación, fue su último desfile para la maison.




La niebla dejó que este asunto se tornará forzado. Aunque su contribución ha sido monumental ––al ser la primera mujer en dirigir la marca – su huella es todo un logro artístico y financiero. Me atrevería a señalar que lo realizado en aquella casa parroquial ha sido su mejor trabajo. Combino la alta costura, deshizo el yugo del New Look por una heroína feminista, desmantelando aquella icónica silueta ceñida por una elegancia desenfadada consagrada por sus divinas coronillas de plumas.
Esa sensualidad restrictiva fue preservada, pero aflojada con su monotonía coloreada por blanco, caqui y negro. Te hechizaba con sus mensajes e inspiraciones, aunque la expresión material era opacaba por su contrariedad y trillada banalidad.
El tenue brillo de su último vestido de centurión – una majestuosa pieza que, ridículamente es reinterpretada una vez más – lleno de hileras doradas que danzaban como largas cortinas así como los planos antifaces que evocaban a Kim Jones, su ex colega, esa teatralidad fúnebre y mitológica es justo el tipo de declaratoria que marca el fin de una era y el inicio del Conclave.




What do you think?
Show comments / Leave a comment