Había una vez … una refinada y elegante dama llamada Mademoiselle Coco Chanel, que poseía un mágico biombo de Coromandel, que iluminaba sus aposentos en el número 31 de la Rue Cambon. Se rumoreaba que su lacado en negro e incrustaciones de nácar, la embellecían al admirar los recónditos paisajes del lejano oriente, que representaban la vaporosa naturaleza insólita de Hangzhou. Se dice que aquella enigmática pieza, inspirará a sus descendientes a encontrar tal sitio lleno de ondulantes colinas e imponentes pagodas.
Tal cuento, es la vivida e ilusoria aspiración que tomó la maison para aventurarse y diseñar su última colección de Métiers d’Art, basando su imaginativa artística en una fantasía mítica. Precipitando su realidad económica y agotando la paciencia de fanáticos sobre quién será el ilustre que pigmente con dulzura, entusiasmo, gloria y frenesí la casa de modas más codiciada y añorada del globo. Pese a la falta de un equilibrado savoir-faire, el team interno ha procreado una ornamentada ilusión que casi convence sobre abandonar el capricho de encontrar un director creativo, apto para devolver brillo y consistencia, de una vez por todas.
Regresando al fogoso y apacible escaparate que iluminaba el paisaje natural del lago, un radiante espejismo brillaba por la maravilla del tweed. Criaturas salían del agua llevando largos abrigos bouclé negros, adornados tenuemente con una majestuosa pedrería que destellaba el camino. El atemporal y clásico suit era reinterpretado a un medida ligeramente corta y deslizándose hasta suelo con una transpirable silueta, precisando un cálido volumen con su aspecto acolchonado y ondeante.
Utilizando materiales locales que realmente honraban su majestuosidad eran implementados con una sobriedad artesanal, hermoseando con flores tejidas y pájaros que plasman la vida rural, en chaquetas cropped y bodysuits semi-transparentes que iban por debajo. Las notables referencias al país oriental se teñían en vestidos que tenían una especie de rígidos pliegues de abanico, el cegador dorado que destellaba en un vestido slip con una textura de aluminio, la reverencia a los ancestros imperiales con un twist de jazz en aquel vestido verde jazmín embellecido por un frondosa decadente abrigo padded, cubierto por una serpenteante piel y la disciplina de sus cortes.
Realmente observas una visión adecuada y contemporánea que respete con sus exquisitos bordados y preciados usos hacia el arte milenario que intriga por sus misterios coloreados en tonalidades pasteles. Ese tradicionalismo es interpretado y unificado al legado de Chanel.
Tales prendas remojadas por la apacibilidad del té y el loto, chispean un impecable mejoramiento y deseo aunado a satisfacer a sus clientes por un buen rato con un ensueño chic y exclusivo, mientras se termina la búsqueda del santo grial.
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