El mundo apesta. Vivimos en un momento crítico para todos. La inflación que nos acecha y la amenaza de reivindicar nuestros derechos humanos básicos por líderes políticos hipócritas y cínicos, amarga la existencia y en la moda se evidencia tal decadente retroceso. Son pocos quienes optan por ‘hermosear’ la realidad con una salvaje y fantasiosa convicción, entre lo que se destacan, el carismático y rebelde Marc Jacobs.
Su mensaje era preciso y franco, llamando ‘coraje’ a su propuesta que gira en torno a un hipérbole que adula a siluetas extremadamente oversize, moldeando las proporciones en algo firme y halagador.
Jacobs, quien se retiró del calendario de la Semana de la Moda de Nueva York, utiliza estas ocasiones como un parque de recreación, que notoriamente se aleja del propósito insaciable de vender a las masas y utilizar las remuneraciones económicas de su línea de accesorios y belleza como sustento para continuar diseñando ideas que plasman su voluntad y rebeldía, capaces de transmitir un mensaje en su visión abstracta.
Al sonido de sus majestuosas y ruidosas uñas, influenciado por el enfoque absurdo e infantil de Rei Kawakubo, agregando que todo relumbra como un elegante mejoramiento al guardarropa de un duendecillo como los juguetones de cerámica de ‘Gnomeo & Julieta’, no se imaginaron que lucirían como damas del Upper East Side, con aquellos vestidos de cóctel de los años 50, llenos de lentejuelas disco y volúmenes mullidos que resaltan su elegante silueta fruncida. Este añejo glamour se ensanchaba con una extraño ajuste en sus alargados pantalones, que lucían como una especie moderna de la falda pannier, transformados en culottes de godín que eran aparentemente sostenidos por pinzas en su interior.
Ese aspecto acolchado y plano con una curvilínea que aparenta ser la oreja de Mickey Mouse, era perfeccionado en la estructura interna de las rocosas faldas, demostrando una cierta nostalgia al pasado con sus estampados de Príncipe de Wales y aquel salvajismo de los ‘80, apaciguado por la gélida sobriedad pigmentada por sus chaquetas de doble botón y adornada por sus zuecos en forma de tacón y botas vaqueras puntiagudas que embellecen con inocencia a las modelos que parecían como diminutas muñecas de porcelana, que al usar una laminilla gigante pegada a la boca como un chupón, era hipnóticamente inquietante adquirir todo.
Aquel vestido baby-doll coquette blanco, que más bien, era un camisón de noche, simboliza más que una humorística e insensible presunción fanfarrona, “es un escape de realidad que nos ayuda a navegar, comprender y afrontarla, explorando a través de la curiosidad, la convicción, la compasión y el amor”. Su poder de seducción se asoma mediante encontrar nuestra voz en la oscuridad, ya que la realidad pende de un hilo. El esfuerzo y la audacia, son las mousekerramientas de un hombre que añora que las utilizamos con valor.
Resto de los looks:
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