Mientras la sociedad está de cabeza, agitada por los nuevos cambios políticos y sociales que se avecinan, sinceramente, dejas de pensar sobre vestirte de manera opulenta y excesiva, favoreciendo el no tan chocante y raro uso hacia la ropa deportiva, la especialidad masterizada de Tory Burch. Aunque más bien, plasma la incertidumbre de estos tiempos con prendas equilibradas que sean lo suficientemente cómodas, elegantes y útiles. 

Este punto de vista encaja perfectamente en un guardarropa moderno. La simplicidad atlética de unos flácidos pants y una chaqueta bomber, fue retorcida hacia un lado más primoroso, escultural y detallado. Su giro juguetón ‘preppy’ se extiende hacia la idea de un drapeado y costuras sin terminar que eran notorias como aquel vestido de reloj de arena negro, sujetado a asimétricos nudos de posibles cardigans atados, mismos que estaban pegados a una camisa bicolor, pero no parecía como tal, creando un sólido experimental efecto de ilusión.  

Burch prefiero desquiciarse con su desafiantes y alocadas ideas que fielmente eran cómodas, ante todo. Sus pantalones slim de terciopelos proveían una sensación de confianza y familiaridad, agregando un disparatado twist que cargaban en sus bolsillos: una especie de patita de conejo de la suerte. Su experimental retorcijón fluía en lo inesperado. Daba la noción que cada elemento decorativo como sus broches, que permean una simbología y estos le daban forma al vestido bias-cut gris con aquellos tiernos estampados de ratoncitos y sus rígidos blazers. Reflejando cierta ingenio y narrativa que hermoseara su descabellada sobriedad. Un enfoque reflexivo que es sensible y nos libera del pesimismo con su locura material. 

En una época donde el remordimiento y el miedo, son las armas de control, esta colección es una armadura acogedora que te podrá ofrecer seguridad y calidez humana como sus abrigos salvaguardados con alfileres de gran tamaño, que al ritmo musical de Charlotte A Gery y Bolis Pupul, ablandan la idea de vivir en un mundo retorcido.