Domenico Dolce y Stefano Gabbana, han logrado rescatar y afinar sus piezas icónicas, en una experimental sofisticación atemporal que refleja una modernización de la marca. Tal vez, sean algo repetitivos, pero han roto las barreras de esas propias etiquetas, mismas que han sido impuestas a lo largo de los años con su rescate de su glorioso pasado.

Su inspiración trasciende a el «tuxedo». «El esmoquin es el símbolo definitivo del estilo puro» – declaran en sus notas de prensa. «Significa dar a la mujer un vestuario clásico que va huyendo de las modas actuales, le permite estar más segura de sí misma».

Se podría decir, que reinterpretaron el tuxedo, de todas las maneras y combinaciones posibles. Desde una spencer jacket con inmensas y puntiagudas solapas, y por debajo un lace bra; continuando con varios tamaños y extensiones de double – breasted jackets con una silueta hourglass combinadas con velvet trunks o short con fajínes, incluso, se extendieron hacia cuadrados y oversize coats – proclamando una seductora variedad textil. Asimismo, se convierten en piezas que envuelven una austeridad y seducción, que se entrelazan con la longevidad de ambos diseñadores, que propiamente, se enorgullecen de aquel estilo sartorial que conecta con las necesidades de sus clientas en su remodificado ADN.

Se donata un contraste tanto masculino como femenino en looks – aquellas boinas enredadas con velos, las convierten unas gangsters italianas – unas femme fatale de los años 50s, con sus miradas firmes y rígidas. Saltando hacia un lado volátil con pussy bow blouses con polka dots, coats llenos de plumas afiladas y faldas ligeras de satín, sujetadas con un moño. Persuasivos looks que alaban una sexy nostalgia.

«Es una historia de amor con la mujer».