No podemos negar que las fantasías hollywoodenses que han portado las girlies––creadas por Jonathan Anderson––son un triunfo fashionista. La radical preciosidad que ha implementado durante su estadía en Dior ha sucumbido a una visión que democratiza nuevamente la fastuosidad de la alta costura, llevándola hacia la austeridad de la vida urbana.
Lo callejero también es sofisticado.



La narrativa literaria de Anderson ha tenido un recibimiento muy acogedor, aunque muchos detractores puristas se resisten a concederle el beneficio de la duda. Los vertiginosos cambios que han ocurrido en la moda han obligado a muchos directores creativos a repensar su mera existencia. Jonathan dirige ahora una maison histórica, cargada de un legado tan querido como venerado; sin embargo, esta colección funciona como una contrarrespuesta extraordinaria.



Observando aquella chaqueta Bar escultural desbordada de moños blancos, el magnético vestido ball verde menta con un floreo anudado en la cadera, y el galante abrigo negro de solapas blancas de piel con rosas bordadas a lo largo de la cola; el enfoque resulta astronomicante delicado. Implica una certeza simple pero poderosa: sus ideas se están adaptando a todas las girlies. Esta segunda propuesta mantiene un firme compromiso por preservar la identidad de la mujer Dior.



Esta pluralidad suaviza la confección y eleva la vanguardia con ayuda de lo cotidiano. Basta admirar la genialidad de esos jeans descomunalmente gigantes, de corte lateral alado e inspirados en el vestido Delft, que no lucen robustos ni abrumadores, sino fluidos y delicados, como las proporciones de una falda o parachute. La mezcla de siluetas, técnicas y materiales aparentemente incompatibles fluye dentro de una misma narrativa que engrandece lo ordinario. El denim se transforma en un estandarte glamuroso, rematado en el drapeado de abrigos-capa, frocs-blazers con ribetes, y etéreos vestidos-túnica de pliegues ondulantes, así como otros con una vaga silueta crinolina de inspiración dieciochesca.



El desenfado del outerwear —abrigos y gabardinas de lana deconstruidos— trasladado a la refinada silueta del New Look, se compacta con el divino encanto de los vestidos de noche sin tirantes, estilo cóctel, afinados con la asimetría cincuentera del tul remetido. El volumen se vuelve más exagerado, pero equilibrado gracias a los estampados psicodélicos, el encaje floreado y el resurgimiento del corte al bies, evocando el legado de John Galliano.
¡La sensualidad ha vuelto!
No obstante, el espíritu del armario compartido —un concepto que Anderson ha traído a Dior— promueve una fluidez más afable, pensada para aquellas que buscan viralidad y utilidad inconformista sin renunciar al encanto.





