Funenme, pero el live-action de Snow White no es tan malo como parece. Entre sí o no necesitamos más films que revivan clásicos de Disney o si la carente originalidad de entregarnos nuevas historias mágicas, es un poco absurdo el hate que ha recibido.
Esta versión tildada de ‘progresista’, bueno, ‘woke’ como señalan los añejos conservadores heteros, que aviva dulcemente el primer largometraje animado de esta compañía (lanzado en 1937), este renovado cuento de hadas es bastante liberal, pero algo empalagoso.
Pese a las exuberantes críticas de seleccionar a la fabulosa Rachel Zegler como Blancanieves, el discomfort público gira casi en torno a su color de piel. Esto se ha convertido en un exagerado debate acerca de “respetar” la esencia de su predecesor, ya sabes, la nostalgia estética de querer a una girlie tan pálida como la nieve, pero la trama ofrecida responde a la brusquedad de sus cambios ideológicos.

Aquí nos dan a una princesa más alegre, independiente, romántica y bondadosa. No es tan sumisa ni ingenua, es capaz de forjar su destino. Es una obra cinematográfica ligera y juguetona. Dirigida por Marc Webb (conocido por “The Amazing Spider-Man y “500 Days of Summer”) otorga un irreverente brillo, opacado por las viles y mediocres polémicas de su elenco.
Pese a la retadora turbulencia, la historia no es tan perjudicada o tergiversada. El inicio es potente, tiene esa desgracia que cimenta un siniestro y maravilloso viaje emocional. Tenemos a la narcisista y gélida reina malvada (interpretada por Gal Gadot) que asesina y usurpa un trono ajeno y a la marginada heredera convertida en sirvienta, olvidada por su ignorante pueblo.
Bajo una totalitaria y militarizada gobernanza, el ambiente es llamativo con ese detallismo medieval y rural, en contraste con la perversa e intimidante cuarto que ostenta el poderoso Espejo Mágico. La hechizante y adorable naturaleza es linda. Todos los animalitos del bosque son adorables, elevando el genial trabajo de postproducción. Aunque, la interpretación villanesca no encaja muy bien con su mágica animación. Cae en lo ridículo, quitándole a sus aniquilantes fuerzas, ese vital protagonismo que aterrorice al espectador, agregando el patchwork de sus vestidos de lentejuelas adornados con joyas de Swarovski, carece de un malvado resplandor que ni su griseado reino logra cubrir.

No obstante, la historia de amor es divina. El genuino príncipe es reemplazado por un noble forajido, líder de una banda de parlanchines rebeldes danzarines llamado Jonathan. Este picaro, apuesto, rudo y tierno con matices de Flynn de Enredados y más gallardo que Robin Hood, fue una decisión más sensata de interponer. Andrew Burnap logra que nos enamoremos de este ladronzuelo. No dudemos, que pronto será el nuevo crush de internet. Bien ahí.
“A Hand Meets A Hand” y “Princess Problems”, entonan el mood para que el flirteo nos apasione y tatareademos las canciones. Todo se afina, pero igual nos hace cuestionar sobre el empoderamiento de Blancanieves. Encontrándonos con los siete enanos, vaya, el irreverente CGI que a nadie le gusto, lucía falso y raro, aunque el skin moteada de estos seres de 274 años era delicado y aterrador. Fue impactante admirar cómo Tontin hablará, gracias a la alentadora confidencia de su bestie, que obligó y regaño a todos a limpiar sus desastres. El afecto que se forja, hace olvidar esos detalles.
Pese a todo, el empoderamiento femenino de Snow White inspira y nos retuerce el mensaje de la bondad y el amor. Es un placer visual muy hábil, agradable y trascendente. Ni su manzana envenenada puede borrar el espíritu de lucha y las cautivadoras melodías, una exquisitez auditiva.
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