La inestabilidad de los tiempos ha provocado que la moda también sea caótica. Muchos diseñadores han optado por refugiarse en la melancolía del pasado, pero Miuccia Prada y Raf Simons se atrevieron a explorar el desmoronamiento de la sociedad.
Inesperadamente, la pasarela transmitía un mensaje de optimismo: un piso naranja lustroso cubría la Fondazione, reducida a sus columnas de hormigón. Este mismo tono, ahora viral gracias al nuevo iPhone 17, su aspirante trasfondo responde a los excesos contemporáneos que nos han llevado a la perdición.
Bajo el título de “Body of Composition” los Pradaismos colapsaron. Todo el glamour se desmoronó hasta perder sentido, ofreciéndo una colección hecha para sobrevivir. En un mundo donde el futuro es incierto, la ropa deja de validarse como lujo, aunque el dúo creativo enfrenta tal crisis con introspección:“una respuesta a la sobrecarga de la cultura”.
Tanto Miuccia como Simons posicionaron a la moda como herramienta de utilidad en la cotidianidad, no como un capricho frívolo. Esa perspectiva humanista se fragmentó en una auténtica locura: una línea andrógina rompió las esquematizaciones de género con una silueta liberadora, moldeando la estructura de camisas militares sujetas a pantalones rectos.
La uniformidad se veía interrumpida por faldas de pliegues confeccionadas a partir de telas enrolladas, con costuras y estampados que perdían la coherencia. También apareció una pieza híbrida–– ¿falda-overol? o ¿sujetador de organza?––que dejaba el abdomen al descubierto con tirantes. Sweaters con aberturas exageradas revelaban tops sin elástico por debajo, que flotaban sobre el cuerpo sin ceñirse.
El caótico maximalismo se estabilizó con la rigidez de parkas utilitarias, embellecidas por vestidos abullonados de tafetán con bolsillos laterales y pantalones bombachos.
Y alejándose un poco de ideas convencionales, la sobreexposición no impidió que la elegancia resurgiera en medio del fango: guantes óperas complementaban la nueva subversión de Prada.
